Un craneo perlado colgando del techo celeste comenzaba a sufrir el contraste con la negrura dominante. El paso de las estrellas era feroz.
En todo caso, Groksmosstor era más feroz que cualquier conjugación celeste. Su furia provenía de la barbarie de su sangre, vikinga hasta para correr por sus venas, que sobresalían palpitantes de sus brazos y cuello. Ni hablar de cuando se indignaba: una autopista de norepinefrina directo a los ojos, que se le inflamaban como dos orbes maníacas de fuego.
Ahora, lo que nunca termina por quedarle en claro a las personas es como la primera estrella satánica de la mañana pudo hacer tal estruendo, que aún hoy, pornógrafos como Goksmosstor siguen deleitándose con la autofagia y la necrofilia. Asombroso sin más.
jueves, 27 de diciembre de 2007