...prorrumpió con voz firme- os atreveis a juzgaros sin más?
Los cuatro callaron antre la fuerza con la que sus palabras habían roto lo ameno de la charla.
- Sois monstruosos. Sois meros humanos monstruosos, negligentes hasta el hartazgo.
Ahora, llamar a alguien "monstruoso" es muy poco cortés. Replicó el primero:
- ¿Por qué así?, ¿por qué la rudeza?
- Porque no medís vuestras palabras. Y eso es terrible.
La tercera y el cuarto se vieron irresolutos. La tensión estiró todos los músculos faciales, hasta que cada uno se puso horrible y tirante. Menos segundo, que llevaba máscara.
¿Pero por qué así?
Primero se sentía mal; segundo no opinaba; tercero no hablaba de razones, pero primero siempre las pedía, y eso era lo más reprobable de su conducta, se decía segundo. Así que la respuesta sólo lo terminó de repugnar.
- ¿Veis... veis esto? -preguntó señalándose el rostro oculto- Es una máscara, pero no sólo una máscara... es la mascarada.
Y segundo comenzó a sacarse la máscara, y la máscara que había debajo, y la de debajo... La práctica se extendió demasiado.
- Basta. Basta. Podemos ver las máscaras, ¿qué querés?, ¿qué es lo que querés?
- Ayúdadme -mientras continuaba retirando caretas-
La carrera se volvió frenética, y pronto la habitación se comenzó a estropear con tanto tapujo. Primero, tercera y cuarto ayudaban, pues, casi con malicia. El objeto no era claro, seguía irresoluto, pero el hábito de horadar en el rostro de esa personæ se había convertido en vicio.
Así, viciosos, sus dedos hábiles y taladros perforaban cada rincón, de plástico, latex, porcelana, metal o madera. No había materĭa que pudiese resistirse a los porques, a los comos, al poder intrínseco del número. Primero, tercera y cuarto eran dos más que segundo después de todo.
Mecánicamente, fue perdiendo la conciencia, y al llegar a lo que parecía ser la mitad de todas las máscaras, cayó de bruces en la alfombra. Su cuerpo comenzó a disolverse, y pronto no estuvo más presente.
Las preguntas habían terminado su cruel rito desmembrador. El desencantamiento y la destrucción estaban completos.
Puedo ser lo que quiera hacer.
Puedo hacer lo que sueño.
Puedo soñar lo que anhelo.
Puedo anhelar lo que veo.
Puedo ver lo que siento.
Puedo sentir lo que quiero.
Puedo querer lo que espero.
Puedo esperar lo que recuerdo.
Puedo recordar lo que vivo.
Puedo vivir sin música.
Salgo por las calles a mitad de la noche como una sombra fugitiva, y me refugio bajo las tenebrosas formas que los árboles proyectan sobre las veredas. Las veredas están solas y frías. Yo estoy sólo y distante; perdido al fondo de cualquier reducto. Busco el secreto como quien busca su destino, y la suerte estaría hechada para ambos. Uno y lo otro eleva al hombre que camina de su condición terrena, y bajo el amparo de la sombra... larga sombra de los árboles de la madrugada, el hombre sólo se eleva. Las estrellas están enclaustradas en su visión poética; pero no las quiere matar con su abrazo. Más bien el cielo parece amarlo más que a cualquier cosa, y se acerca vertiginoso hacia él, hacia su pecho henchido y soñador. Porque el hombre que camina se pierde y solo entonces encuentra aquello que le permite ser paz. Un firmamento de deseos dispersos se expande ante él. Ve como, acaso, su vida se ha diluido en la inmensidad del tiempo como una gota noble de sangre en el caudal de un río. Los deseos no deberían derramarse en vano, al igual que la sangre, y encuentra en este sentido del deber hacia con sí mismo y la bóveda purpurea un orgullo mustio, que no le pertenece a si mismo sino a los siglos que han pasado tras de si. Aún, oculto tras un farol, tras la nebulosa humedad que toca toda la noche y lo que en ella mora, brillan sus ojos. Los ojos del hombre que camina y busca el secreto que no le pertenece a él, sino al mundo y cada hombre.
Las tormentas suelen ser sitios poco adecuados para menores de 40, y de ahí en adelante solo se vuelve menos complicado a partir de los 60. Cuando uno entra a una tormenta, puede esperar degustar toda clase de entremeces, servidos por la servidumbre atmosférica más deleitante: rocs, aves de presa, cóndores, gorriones relampagueantes, rapaces nubes emplumadas, y toda otra criatura no-elemental al servicio del tiempo. Recomendamos encarecidamente no aventurarse a probar canapés arremolinados o champaña demi-elec. Podría terminar a varios kilómetros o partiendo un árbol alto.
Esto sucede solo por las tardes, ya que, como advertíamos, las mañanas nunca son recomendables para tocar la campana en una tormenta. A la mañana es posible que solo pise en falso un cumulo-nimbus y caiga, habiendo creido erroneamente que encontraría algo más en una tormenta que furia y naturaleza prima. Señor: las tormentas son solo eso, no sea presa de su imaginación, y pruebe estos bocadillos, que están deliciosos!
Hay un collar. Hay una idea arremolinada sobre la cabeza de Luis.
Groksmosstor pumpea.
Will Smith arrecia la comilona.
Hay una noche, y una estrella maldita. Una llama lánguida opacada, y tres limones ajados por la voluntad de quien escribe.
Trece monos matan.
Catorce motores empujan.
Hay una duda. Dos pasiones. Ciento cuarenta y cuatro mil elegidos para no perecer.
La selección es más cruel que un rayo vitroso.
Veintitrés personas lloran por ello.
Hay una mujer. Hay un hombre que la desea. Un amor irresoluto en alguna manera que nunca se dio.
La mujer es demasiado ella para notarlo. El hombre es limitado. Ninguno se mueve.
La Vía Lactea aún rueda entre vacíos.
Hay una pulsera. Hay un impulso. Dos pibes culean. Seis mil millones sueñan.
La mirra afanosa tuesta mi nariz. Las pupilas están crocantes y deliciosas.
Hay mi gusto. Hay más de un disgusto. Los borró con la muñeca y vuelven a crecer.
La transpiración moja como porrón la piel parda, maga amalgamada sobre MI.
Anochece aún, ¿cuándo para?, me indigna la continuación.
Hay una luz. Hay un goliat heróico que la acaricia sin miedo.
He allí: la felicidad.
Mezcla variopinta de sabores secos. Las papilas se arrugan; no hay más que hacer.
Sospecho que mi postura en la silla es dañina y lenta. Tal vez en 13 años sienta el dolor.
A fin de cuentas, este es el último intento de la noche de permanecer frente a la pantalla. ¿Por qué lo intento?
La Tierra aún gira, con nos todos sobre su rostro, de cara al espacio y todo lo que hay en él. ¿Qué más da?
Finalmente, me vence lo impropio de mi condición, porque la repito pero no la quiero, la quiero pero no la disfruto. Adiós condición, por hoy ya fuimos.
Sufriría
la mañana que despertase sin fantasías de grato amor,
y no tenga mas que en mí propósitos.
la tarde que bañe con nostalgia un sólo corazón,
propio e individual.
la noche infame que se atreva a abrir el firmamento entero,
sólo por un par de ojos.
¡Dególlenme!, si es que muero habiéndo vivido.
Son círculos de césped que, en campos de fútbol, jardines o cualquier otro lugar, aparecen de un día para el otro, más oscuros que la hierba a su alrededor. Se dice que las hadas han danzado de noche en ese sitio, aunque la explicación se da por un hongo que adquiere esa macro-estructura y consume el nitrógeno en el suelo. Y sin embargo entre hadas y hongos, la elección parece obvia...