domingo, 25 de enero de 2009

Tengo esta extraña sensación. Digo “extraña” porque no pueda definir si proviene de mi mismo o algo me la impuso. La tengo desde hace días; ya se harán semanas dentro de no mucho.

Mi sensación podría describirse de alguna forma como sed. Tengo sed de algo, y no sé de qué. Podrá sonar inocente, pero realmente traté de aplacarla con toda clase de bebidas: agua natural, agua fría, gaseosas dulces, gaseosas no tan dulces, cerveza, sandía, ciruela.

No hay caso. Sigo sediento, acalorado por algo que se siente en toda la boca y la garganta como una tensión seca y rasposa.

Algo no estoy haciendo para saciarla, porque sigue acá, bajo mis ojos, pero espero que pronto algo haga encontrando lo que la causa.

Además, empezó en el sanatorio. Cuando estaba internado tenía muchos deseos de no estarlo más, y no sabía muy bien para volver a qué. Al comienzo imaginaba que con todo ese tiempo de reposo iba a poder ver los programas, leer los libros y escribir las cosas que quisiera, pero pronto me di cuenta de que nada de eso me llenaba allí dentro. Tenía verdaderos deseos de salir, caminar, hacer las cosas que no hago cuando puedo hacerlas.

Me dijeron luego que una de las cosas más importantes de la vida es saber apreciar el momento. No esa chotada de vivir en el presente que te enseña cualquier parafraseador de la movida “autoayudate”, sino s-a-b-o-r-e-a-r en cada detalle y como experiencias formantes en nuestras vidas las cosas que hacemos, sean cotidianas o no (y quizá con más razón en las primeras)