- Le otorgo mi pleitesía, noble trovador. Retoños dulces de jacarandá engalanaron sus palabras con deliciosas reverencias decadentes. Cada flor contra la faz rugosa del camino era un dedo de mis manos que pulsaba por estar sobre su rostro de Ceilán. El juvenil cantor de melodías dio tres brincos y una cabriola, majestuosa como las hazañas que relató a la Dama de los Caminantes. Súpose luego, que en el viaje de regreso a su lar, encontrose el pobre trovador, rico en sabiduría, una bolsa que también enriqueció su estadía en el Reino Temporal de Dios nuestro Señor. Así son recompensados quienes ante la belleza no guardan emoción.
domingo, 25 de enero de 2009