Damián y Leonardo estaban confundidos, y no llegaban a creer que aquello fuese más que un sueño tonto.
Delante de ellos se erguía, plúmbea y oscura, la entrada al árbol de secoya. La puerta tenía un dintel grabado y dos hojas, una de ébano, la otra de alabastro.
- Mirá Damián: hay algo inscripto sobre la puerta. Me parece que es latín.
- “diês vel nox”: “día, o bien noche”, sería más o menos lo que dice.
- ¿Qué lugar es este?, ¿estamos soñando?
- No tengo idea che…
- Juzgando por el bosque que se extiende hasta el horizonte, diría que es muy probable. Además, el cielo tiene el color de tus ojos.
- ¿Estás daltónico?, es celeste, no marrón.
- Es marrón… ¿dónde podemos estar? Yo estaba en mi cama a leyendo. Creo que me quedé dormido.
- Yo estaba con Laura. También nos quedamos dormidos.
- ¿Qué estabas haciendo con Laura?
- Vino a mi casa. Ibamos a estudiar un poco y a ver una peli…
- Para para para. ¿Ustedes sólos?
- Sí… tenemos examen de discreta 2 el martes.
- Jaja, no me lo trago. ¿Y Luisa?, estaba en la facu, ¿no?
- Che, no le cuentes nada, por favor. Dejá que yo se lo diga. No hicimos nada.
- ¿Y por qué no querés que le cuente entonces, salame? No la cagues a Luisa, es re buena mina, y te quiere un montón. Además, es mi amiga también.
- Leo, aguanta. Dejame manejarlo a mí. Por favor, ¿está bien?
- Bueno, dejémoslo ahí. ¿Qué hacemos con esto?
- ¿Vamos por la puerta?
- No sé… me da cosa. Es medio tenebrosa.
- A mi me da curiosidad. ¿Ya te fijaste en los dibujos?
En la hoja negra había un toro circunscripto en un disco; en la blanca una espada dentada atravesando una montaña.
- Creo que hay que abrir una de las hojas.
- Vamos con la de la montaña. La del día creo.
- Che, no: noche. Elijamos la noche.