miércoles, 21 de noviembre de 2007

Fragmento I

"Ahora", dijo Mr. Shimsley en un perfecto castellano, "Si pudiesemos remover los impedimentos físicos que nos niegan la posibilidad de viajar al centro de la Tierra, eso sería, indeed, muy interesante".
Habían estado discutiendo acerca de la posibilidad de que, en el centro de la Tierra, el cadaver de un dios haya abonado el Tapiz del espacio-tiempo, creando un punto fértil capaz de germinar con el tiempo y dar lugar al planeta.
"¡Pero que dice mi amigo!, ¿no cree que eso sería una locura?", replicó aireado Don José, "¡Eliminar ley tan fundamental como el que dos cuerpos no puedan ocupar el mismo espacio al mismo tiempo terminaría por hacer una sopa de la realidad toda, maldición!". Mr. Shimsley se retiro el monóculo, y extrayendo un paño de seda roja importada de Ceilán de su bolsillo izquierdo, se advocó a frotarlo a la vez que respondía: "Querido amigo, nadie habló de transgredir el orden natural de las cosas". Terminada la tarea, dobló el paño en cuatro y lo volvió a guardar en el mismo bolsillo del que los sacó. El monóculo esta vez fue a parar al otro ojo. "Observe lo siguiente" dijo, a la vez que indicaba un tabloide sobre el hogar, el cual Don José había pasado por alto.

{X ∈ C / X = Don José position at 20:31, Greenwich Mean Time.

X = (7972,675+7945,9375 i) ^ 1/8

ρ = [(7972,675)^2+(7945,9375)^2]^1/2 = 11256,174723659

11256,174723659 * cos α = 7972,675

α = arc cos 0,708293465 = 44º 54' 13,55''}


X = (11256,174723659 44º 54' 13,55'') ^ 1/8 = 3,209400037 1/8 * 44º54'13,55'' + π/4 * k ; k = {0,1,2,3,4,5,6,7}

Decía el tabloide. "Las raices que puede observar al final de tan sencillos cálculos, determinan los puntos exáctos sobre la superficie terrestre en los que puede probarse nuestra teoría"
Don José se acercó extrañado a la pizarra. El fuego ardía a sus pies, iluminando tenuemente el simbolismo matemático que Mr. Shimsley había querido plasmar de la forma más entendible posible para su no muy lógico amigo. Tras cavilar unos instantes con un brazo cruzado y el otro apoyado en él, se acarició la barbilla un minuto o dos observando la leña hacerse brasas y las brasas crisparse con las llamas; chasqueó la lengua y exclamó: "¡Tú si que estás demente Joshep!, pero tu genio sigue intacto. Lo haremos como lo discutimos"