Cruzaba la calle como un hierro al rojo. Todo sus músculos tensados. Cada pelo crispado. Su sangre bombeando como para inseminar cada célula de furia suicida. ¡No había más remedio! Estaba sumida hasta la nariz de mierda, de esperanzas y reproches.
Pero conservaba una belleza residual. Como yegua al sur, cada machito duro volteaba la mirada para verla con disimulo y tener material fresco para las fantasías a medias de media noche. Que hembra, que ejemplar. Que voluntad cargada de misantropía. “Más bien muerta que modelo de nadie” pensaba mientras se llevaba la mano a los cabellos de ónice y se desarreglaba física, y mentalmente imaginando imágenes de magos implacables violentando todo ese mundo inmundo. Ella misma era una ilusionista. Podía hacer desaparecer erecciones con una rodilla, y borraba las estrellas con el movimiento de su lengua. Por lo demás era cuentasueños, Mara. Mil demonios contra la petrea impasibilidad de un siddharta, cualquiera se atreviese.
11 kilómetros no llevaban a ningún lugar.
12 meses no le alcanzaban a nadie.
13 no significaba nada.
14 nunca más serían los años.
15 no. Nunca serían solo 15.
Pero conservaba una belleza residual. Como yegua al sur, cada machito duro volteaba la mirada para verla con disimulo y tener material fresco para las fantasías a medias de media noche. Que hembra, que ejemplar. Que voluntad cargada de misantropía. “Más bien muerta que modelo de nadie” pensaba mientras se llevaba la mano a los cabellos de ónice y se desarreglaba física, y mentalmente imaginando imágenes de magos implacables violentando todo ese mundo inmundo. Ella misma era una ilusionista. Podía hacer desaparecer erecciones con una rodilla, y borraba las estrellas con el movimiento de su lengua. Por lo demás era cuentasueños, Mara. Mil demonios contra la petrea impasibilidad de un siddharta, cualquiera se atreviese.
11 kilómetros no llevaban a ningún lugar.
12 meses no le alcanzaban a nadie.
13 no significaba nada.
14 nunca más serían los años.
15 no. Nunca serían solo 15.