Pietr quemaba neumáticos en su fuero interno. Cada regicidio cometido criminalmente en los últimos 21 años de su vida había sido seguido de la revolución obligada, pero el festín carnívoro de costumbre no estaba seguro era lo que quería esta vez, y en cambio dejó todo como el cielo: siempre igual, pero nunca como siempre. E incendiado al albor o el crepúsculo.
El tremor de las lenguas de acero lamía sus órganos como si realmente fuesen cuchillos, pero en realidad no eran más que las llamas vibrantes de su habitual desengaño, que en realidad no era más que una forma grandilocuente de nombrar toda la mierda junta que sentía, y la ira consigo mismo.
Pedir era inútil: no creía en bufones cósmicos ni fuerzas generosas desde hacía ya demasiado, y su adolescencia había sido estéril y sedada. Que mundo chupapija...
Claro que, aún cuando no supiese qué esperar en esta ocasión, sabía que tenía que seguir viviendo. La opción era la muerte. Envenenándose, saltando, apretando un gatillo o de tantas maneras que con tanto esmero había imaginado, que haría mear de vergüenza a cualquier artista. Y esos artistas condenados bien merecían sentirse avergonzados hasta que se les aflojase la vejiga y el recto, porque sus obras bastardas y supuestos hadalídes de la condición humana habían restado más libertad a su pobre y eclosiva vida que toda la máquina coercitiva del Estado y los recursos, y su falta, juntos.
Que miserable se sentía... y cómo deseaba que todos fuesen miserables con él. pOR QUE SI ÉL NO ERA FELIZ, nadie MEreCía serlo.
En DeFINitiVA, TamBiéN erA bAStanTe pUTO él. Este Pietr de piedra. Este delicado hijo de una camionada de prostitutas.
martes, 14 de julio de 2009