Sin palabras que recoger como frutos maduros de un árbol que en realidad no existe. Si no hay árbol, ningún fruto puede caer. ¿Y acaso alguna semilla podrá crecer, en el suelo fértil o el estéril parqué? Cuando no hay palabras más que las que dicta la razón, nada fuera de ella es puesto en condición. Y sin condición para la sensación, ¿qué sensación puede entrar en razón? No se conoce la cruda motivación, ni los móviles son de fácil aprehensión. Si no se puede conocer con precisión, ¿qué sentido tiene tener la intención? Si de la bruma del espíritu brota la alienación, que reptando y bramando hunde nuestro albor, ¿qué palabra puede detener su desazón?, ¿y qué sentido tiene ocultar la privación? Porque la privación es cosa de la desazón, en la que nos hunde el sentido de la impotencia. Impotencia de razón. No nos limitemos al corazón: cada paso del espíritu parece ocultar una razón. Pero la razón es un escozor, en la planta del pie de quien no tanto avanzó. No hay razón tras el corazón, sino espíritu vacilante, y pura emoción. Oigo pisadas...