jueves, 11 de octubre de 2007

"Aprendí a querer las matemáticas Sergio, finalmente entramos en buenos términos."

Miró más allá (Jamás miró él sólo más allá. Ésto sí sé.)

"Son armoniosas, ¿sabés?, no hay luchas. Todo parece tan orgánico... lo que tiene que irse se va, y lo que se queda se queda, y lo que viene vendrá. Y vienen de todos lados: musulmanes, hindúes, chinos, mayas, católicos, protestantes, hebreos, babilonios, egipcios. Cada uno a su manera, pero cada uno a la manera de todos."

Ya estaba exaltado, como listo a recibir la asunción al Nirvāṇa y desaparecer en la paradoja. Después habló como si fuese otro.

"Las estoy amando... pero tengo algo de miedo Sergio. Esa armonía, que a veces me figuro como una tierra fantástica, sacada de algun mundo paralelo donde Tolkien y Dante fueron realistas y la misma persona, es temible. Es (puede ser) como un veneno paralizante. ¿Cuántas personas se perdieron en los números, las formas, esos patrones que inundan el universo que nos rodea?, ¿cuántas no se desquiciaron, perdieron, para no volver nunca más?
Si..."

Volvió su vista repentinamente, más como si todo el mundo se moviese y sus pupilas permaneciesen en su lugar, para verme. Y me dijo: "Un veneno, en los laureles. Laureles de las glorias ganadas, ¿pero que tipo de laureles?. Y uno descansa en esa cama, cierra los ojos, y quizá ese sea ya su lecho final"

Le dije entonces: "Yo no sé Miguel... pero en tu lugar me casaría"